“Mindless demon ruling in absolute chaos
Human minds cannot believe
Black charred brain forms circling deep in the darkness
Bright red trails of pain”
Simeon Sasparella (o Steve Hillage) dice en el sobre interno de Arzachel que busca el poder musical definitivo, y que cree en la música como “la única forma artística realmente física. Sam Lee-Uff (Dave Stewart antes y después de este día) agrega que ella es la expresión más profunda del ser y que lleva a la liberación espiritual de la propia personalidad. Frases que van del existencialismo sublime al misticismo terrenal. Quizá rocen el lugar común, pero son ilustrativas del fogonazo que significó Arzachel. La etiqueta más cercana es la de “rock psicodélico”, aunque cualquier otra contemporánea podría ser tan inexacta e insuficiente.
Arzachel fue Clive Brooks (batería), Mont Campbell (bajo y voces) y Dave Stewart (órgano -quienes luego formarían Egg-, junto Steve Hillage (guitarra y voces), por entonces en Gong y luego asociado a Stewart en el no menos fabuloso y efímero Khan. Grabaron un único disco en sólo ocho horas de estudio durante 1969. Todo fue urgente: un día de ensayo para las canciones, un lado del disco improvisado, el nombre inspirado en un cráter de la Luna cuya foto adornaba el estudio y cuatro seudónimos para burlar a la Decca, que aguardaba sin demasiado entusiasmo la grabación del disco debut de Egg. Influidos por los recitales de ignotas bandas inglesas como Love Sculpture y Sam Gopal Dream, buscaron hacer un disco con elementos de la psicodelia tan en boga por entonces. Consiguieron algo irrepetible.
Las limitaciones de tiempo, equipamiento y dinero previsiblemente desembocaron en un disco de baja calidad de sonido. A veces los canales reservados para el órgano saturan, otras el volumen oscila o directamente se apelotona el sonido. De todos modos, esta circunstancia lejos está de ser un contratiempo. Más bien; aporta para darle al disco la impresión rústica que el Rock había empezado a soslayar sin perder la inventiva y curiosidad (aún faltaba para el Punk).
Un baterista con habilidad rítmica detrás de un kit mínimo. Un bajista grave que olvidó registrar la “pared de sonido” como referencia a su trabajo. Emulsiones densas de órgano y teclados enfocados pero sin escalas que devoran lo que se cruza por delante (excursus: un único antecedente posible es el solo de John Cale en “Sister Ray”) y baldazos de rock duro en la guitarra de Hillage, que se apoya en la revisión eléctrica que está haciendo Hendrix del blues. Nada extraño en la organización: base y solistas, ritmo y melodía. La diferencia está en la exhuberancia.
Que los músicos estén asociados a la escena de Canterbury no hace que Arzachel sea una banda siquiera cercana a ese sonido. Arzachel no fusiona estilos populares y clásicos, y del Jazz sólo aprovecha el permiso para desprender las figuras solistas de la base temática. En su lugar impresionan con excursiones incendiarias a los límites del Blues y el Rock que hacen añicos cualquier idea paisajista. Las zapadas surgen en los temas o los forman (“Clean Innocent Fun” y “Metempsychosis”, respectivamente) o se permiten algunos momentos de oscuridad sin presunción (“Azathot”, “Queen St. Gang”). La psicodelia no está aquí en los caleidoscopios de sonidos. Antes bien, son oleadas de electricidad abrasiva, que de tan caóticas se vuelven climáticas y armónicas. En otras palabras, sólo geográficamente están más cerca del Pink Floyd que de la experiencia en vivo de Grateful Dead. Con una salvedad: la comunidad de Arzachel se limita al estudio.
La banda parece advertirle al Rock inglés que hasta las experiencias mentales tienen su tiempo y lugar. Clausura sin pretensiones las aspiraciones más empáticas de la psicodelia europea: tanto en las islas como en el continente el sol brilla menos que en San Francisco. Y para volver al inicio de esta reseña: Arzachel sólo está cerca del Rock psicodélico. No hay drogas (al menos a la vista), ni luces, ni colores, ni personas bañándose en los frutos de la tierra. Sólo Rock que desconfía de las citas.